sábado, 28 de noviembre de 2009

EN UNA CASA MALDITA



La verdadera historia de una casa embrujada
“Mamá, tenemos que irnos de esta casa. Hay algo maldito aquí… y si no nos vamos… algo malo nos va a pasar. Algo muy malo.”

Los García, se mudaron a Madrid, para estar más cerca de los especialistas de cáncer que trataban a su hijo Damián, de 13 años. El chaval les ha comentado a sus padres que nota algo raro en la casa. El, escucho y vio cosas, sintió una presencia maldita y tembló. María Y Luis, los padres de una familia muy unida y cristiana, pensaron que todo se debía a la enfermedad de su hijo, la medicación y la terrible quimioterapia. Pero todos observaron un extraño cambio en Damián que no se podía explicar de una manera fácil. Al principio las notas, que empezaron a ser malas, luego no quería ir a la Iglesia, y poco a poco las cosas empeoraron y se volvió malo.
Pronto hubo evidencias de que algo siniestro y malvado estaba sucediendo y no era sólo la imaginación de un niño enfermo. Mientras que las fuerzas oscuras de Satanás van apropiándose de las mentes de los García, sometiéndolos a sus propias pesadillas, empiezan, uno por uno, a darse cuenta de que no todo estaba en su mente ni en la de Damián. Aterrorizados buscan ayuda en los parapsicólogos Del Oso y Argumosa, quienes pensaron que el espíritu era tan viejo, astuto y despreciablemente maligno que llamaron a un exorcista de los más altos rangos de la iglesia católica. Lo que había empezado como un simple fenómeno psíquico había terminado por convertirse en la batalla de una sencilla familia española contra las fuerzas más profundas y oscuras del demonio y sus acólitos…

YO VENCI A SATANAS


Estar poseído por el demonio es una terrible experiencia, plagada de sufrimiento físico y mental. Desde muy antiguo hay hombres cuya peligrosa labor consiste en liberar a los posesos: los exorcistas. Uno de los más famosos es el jesuita Malachi Martin, Doctor en Semíticas, Arqueología e Historia de Oriente; estudió en Oxford, Lovaina y en la Universidad Hebrea, y ha sido profesor en el Instituto Bíblico Pontificio de Roma.
YO VENCI A SATANAS es la descripción de los hechos acaecidos durante la práctica de cinco exorcismos practicados a cinco personas entre 1965 y 1974, cuyos procesos fueron minuciosamente documentados y grabados en audio: detección de un caso, aviso a las autoridades eclesiásticas, realización de las pruebas pertinentes y por último, el exorcismo. Espero que este rigor científico, haga reflexionar a muchos incrédulos y a muchos “estudiosos”. Como se verá, en algunos casos el exorcista puede sufrir terribles heridas, o incluso hallar la muerte en la práctica de esta arriesgada profesión.
L.G.



domingo, 8 de noviembre de 2009

LA NOCHE







domingo, 25 de octubre de 2009

miércoles, 14 de octubre de 2009

UN EXORCISMO REAL

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domingo, 11 de octubre de 2009

TERRORIFICO









LA LLORONA

UN ESCALOFRIANTE RELATO DE TERROR








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lunes, 21 de septiembre de 2009

MIEDO




OSCURO




La oscura mancha sanguinolenta se escurrió por debajo la puerta avanzando lentamente como una impávida sombra que vaga libremente sin la esclavitud de su amo.

El demonio del sueño rondaba en mi habitáculo, mas esta vez, no me había dejado vencer.
La noche se precipitaba encima nuestro mientras de aquella mordaz sombra amorfa comenzaba a emerger una silueta.

Un gato.

Negro y grotesco como tal.

Morbosamente deforme

Pero era innegable que aquella sombra había transmutado su silueta para emular aquel repugnante gato.

Sus ojos asimétricos me observaban fijamente.

Parecían casi ojos humanos, o por lo menos irradiaban un atisbo de humanidad tras su horrenda deformidad.

Negros y profundos como tal.

Parecían esconder tras de si, una sabiduría absoluta.

Su sombría anatomía era diminuta, en contraste con su presencia que no era menos que abrumadora.

Absorto por la soberanía que inspiraba aquella malévola visita nocturna, me vi obligado a arrodillarme para reverenciar su absoluto poder.

Aquel… ente, no podría llamarlo de otra manera, se acerco hacia mi y comenzó a regurgitar hasta vaciar completamente su estomago.

El fluido era mayormente rojo carmesí, tornábase morado y verduzco también.

Viscoso y fétido como cualquier fluido corporal descompuesto.

Mi alegría se acrecentó cuando me permitió alimentarme del producto de sus fauces.

Repugnante y obsceno como tal.

El dolor y la angustia menguaban a medida que mi estomago se retorcía al probar bocado tras cinco días de abstinencia obligada.

Finalmente mi hambre se vio saciada.

Alcé la mirada hacia mi benefactor.

Aquel ser que aun me miraba fijamente abrió su boca y proclamó con determinación:

No te dejare morir

Mis oídos ingenuos no daban fe de aquellas palabras.

Ese ente…

Ese ser que aparenta encarnar la maldad pura me concede el mayor de los regalos al librarme de la muerte

Aturdido por aquella repuesta pregunte:

¿Por que?, dímelo tú señor de las sombras, ¿Acaso te has apiadado de mi alma y deseas evitar mi andar en el valle de la muerte? Responde que eso es lo que suplico.

El silencio…

La nada repicaba haciendo eco en mis oídos.

Aquel extraño gato no apartaba su inquietante mirada de mí.

El engendro intentaba escudriñar cada recoveco de mi alma ultrajada.

Señor – dije –, tú, mi oscuro visitante nocturno, ¿Acaso eres un enviado del averno que desea obtener mi alma? Responde que es lo que suplico.

Y el ser me repitió con soberbia aquella infame frase:

No te dejare morir

Mi corazón se aceleraba.

El espacio en mi celda se contraía.

Esa frase que al principio sonábase alentadora, se volcaba en el dictamen de una sentencia implacable.

Señor – le suplique –, ¿Eres tu quien ha escapado del reino de las criaturas de la noche o has sido enviado por los dioses para ser el guardián de mi enajenado cuerpo? Aplaca mis dudas y muéstrame tu rostro para reverenciarte si así lo deseas, te lo agradeceré ferviente, yo te lo suplico.

El engendro comenzó a desfigurarse.

Abríase su boca mientras se comía a sí mismo hasta transformarse en una masa palpitante que pronto adoptaba una nueva forma.

Una figura sombría y grotesca como tal.

Una forma incluso mas repugnante que la anterior emergía del engendro.

Su cuerpo era el de un cuervo…

No, una urraca.

Pero su rostro era el de una mujer.

El engendro se había convertido en una arpía.

Mi mente se idiotizaba por aquel acto, no podía hacer mas que paralizar mi cuerpo dejándolo a merced de la bestia.

Sus ojos mal formados tornábanse mas macabros que antes.

En su mirada no había nada mas que maldad y odio puros.

No te dejare vivir – profirió el pajarraco.

Esas palabras me afectaban aun más que las anteriores.

Mi mente no alcanzaba a vislumbrar lo que la bestia quería de mí.

De todas las formas que pudo haber tomado, adquirió la mas inquietante.

Aterrador como tal.

Su voz milenaria se alzo para exigirme sus demandas:

Bríndame mi tributo.

Sublevado por aquel ser, no tenia opción mas que obedecer.

Lleve mi mano a un costado y luego de desgarrar y levantar mi piel tome una de mis costillas derechas para ofrecérsela a mi inusual invitado.

Gustoso acepto mi ofrenda.

Arpía – grite exasperado –, seas mensajero del mal o de la noche ¿Qué deseas?, ¿Por qué me has visitado esta noche?, dime la verdad ¿Me liberaras o me esclavizaras aun mas? Respóndeme que yo te lo suplico.

Y la arpía guardo silencio…

Arpía, seas angel o demonio, te ruego que tranquilices mi alma perturbada aclarando mis dudas, ¡Dímelo!, ¡¿Quién eres y que deseas?! Responde, te lo suplico.

La arpía comenzó a engullirse a si misma formando nuevamente aquella masa palpitante.

Mi ser clamaba por esclarecer mis dudas.

Mi mente comenzó a rozar la locura a medida que aquella masa tornábase a su nueva forma.

Era yo.

El engendro mutaba nuevamente para transformarse en mi.

No dejaba de ser deforme y grotesco como tal.

Era claramente una versión corrompida de mi mismo.

Jamás te abandonaré – afirmo la bestia con absoluta seguridad.

Me estremecí totalmente al escuchar aquella aberración.

Cuando antes anhelaba una compañía cualquiera, ahora deseaba nuevamente mi soledad.

Yo soy tu Némesis – me aclaro con soberbia.

Fue entonces cuando lo comprendí.

La bestia no me dejaría vivir ni morir.

No me abandonará.

Torturará y a atormentará mi cuerpo, mente y alma hasta que ya no quede nada de ellos.

Hasta que los días se agoten y se cumpla la eternidad.

La bestia se postró ante mi y yo me alimenté de él hasta que mi hambre se hubo saciado.

Por hoy ha desaparecido.

Pero regresara al caer de nuevo la noche.

El engendro visitara mi celda todas las noches.

La bestia será mi Némesis, mi castigo.

Me alimentará con su cuerpo y el comerá del mío.

Hasta que los días se agoten y se cumpla la eternidad.

lunes, 24 de agosto de 2009

EL ATICO





ESTRENOS 2009

miércoles, 12 de agosto de 2009

OCHATE, EL PUEBLO MALDITO


El pueblo de Ochate es un pequeño pueblo burgalés, en el condado de Treviño que se encuentra abandonado, sin saber desde cuando lo está y que adquirió hace unos años fama de registrar fenómenos paranormales. El nombre de Ochate significa, según los investigadores- “la puerta de los espíritus o “la puerta de Gog” (Personaje bíblico del Apocalipsis de San Juan).
El pueblo está abandonado y en ruinas. Tan sólo alguna casa, además de la torre de la antigua iglesia de San Miguel, aún se mantiene en pie. El resto está derruido. Existe una necrópolis medieval en las cercanías del pueblo, con tumbas excavadas en la roca. También se conservan los restos de un antiguo templo, en un alto cercano, conocido como Ermita de Burgondo, desde donde se aprecia una vista inmejorable del pueblo. Los orígenes de esta ermita siguen siendo un misterio, y es uno de los lugares que más leyendas acapara. Este pueblo es conocido por el misterio que desprende; tanto es así que se ha convertido en un lugar de peregrinaje para los amantes de lo paranormal.

Estas leyendas salieron a la luz debido al reportaje publicado a principios de los años ochenta por la revista de fenómenos paranormales “Mundo Desconocido” titulado “Luces en la puerta secreta”.El reportaje se basaba en una fotografía que el propio Muguruza tomó en 1981 en la que aparecía un OVNI en las cercanías de la pedanía de Ochate, y que pese a que muchos expertos pusieron la instantánea (revelada 2 meses después) en duda, la Universidad de Bilbao no pudo demostrar la falsedad de la imagen.

La historia del pueblo de Ochate, que se ha basado más en el boca a boca a raíz del popular artículo de Muguruza que en datos reales contrastables, habla de que este poblado quedó deshabitado a raíz de una serie de misteriosas epidemias en el siglo XIX, de viruela, tifus y cólera, por ello tiene fama de “pueblo maldito”. Ha de señalarse que las fechas de las epidemias en el pueblo no coinciden con las epidemias de estas enfermedades que azotaron el resto de la provincia de Burgos y de la vecina Álava, y que no existen datos en el archivo episcopal de mortandades tan elevadas.
Además, por documentos del archivo diocesano de Vitoria donde se habla de visitas pastorales a la zona y por fotografías del pueblo todavía en pie recogidas del fondo fotográfico de la Diputación Provincial de Burgos, se estima que el pueblo fue abandonado entre los años 1920 y 1930, en circunstancias naturales, debido a la migración a las ciudades, como ocurrió con muchas poblaciones de España en esa época. Por tanto muchos expertos consideran que los datos que forjaron esta leyenda no son fiables, si bien se aprecian determinados hechos que pueden tener un fondo real, pero parece claro que el pueblo no desapareció por grandes mortandades e incluso según unas últimas investigaciones se ha encontrado al último habitante de Ochate aún con vida, su nombre es José Aránguiz y desmitifica la historia del pueblo.
Las historias más extrañas que marcan la historia del pueblo son:
• La extraña desaparición del párroco de Ochate, Antonio Villegas, en 1868, .
• La alerta recibida por las autoridades en 1947 debido a la existencia de extrañas luces en el pueblo, y la caída de un rayo en la torre de la iglesia de la localidad, donde apareció un medallón, actualmente en paradero desconocido.
• Desapariciones de personas en extrañas circunstancias en las cercanías del pueblo.
Las investigaciones de Prudencio Muguruza y las posteriores de Iker Jiménez, hablan de una serie de sucesos modernos relaccionados con lo paranormal:
• En 1980: se graba la psicofonía de Pandora o kanpora (que significa ¡fuera! en euskera).
• En 1981: la comentada fotografía del OVNI de Prudencio Muguruza
• En 1986 y 1987: apariciones paranormales en el pueblo.
• En 1987: la primera y tercera compañías de carros blindados de la base militar de Araca (Vitoria) estuvieron perdidas durante más de cuatro horas deambulando por una espesa niebla en Ochate.
• En 1987: desaparición de un investigador en el pueblo, y aparición de su figura meses después, con la psicofonía ¿qué hace aún la puerta cerrada?” (que podría entenderse como la pregunta a que por qué está el pueblo cerrado, o lo que es lo mismo, deshabitado).
Hasta 2007 no se había realizado una investigación formal (ampliamente aceptada) sobre la realidad o no de fenómenos paranormales en la zona: la existencia de fenómenos paranormales en el pueblo tiene sus partidarios, que consideran las pruebas irrefutables y por tanto un lugar maldito; mientras los detractores opinan que todo es una leyenda promovida por la divulgación popular y el sensacionalismo.
En esta fecha (enero de 2007) se publicó el libro “Ochate. Realidad y leyenda del pueblo maldito“, de Antonio Arroyo y Julio Corral, único trabajo hasta el momento que profundiza seriamente en la historia y los misterios del pueblo. En este libro se presenta una rigurosa relación de datos históricos sobre la zona, que abarcan desde 3000 años antes de Cristo hasta la actualidad, cubriendo épocas tan diversas como el neolítico, la romanización, la edad media, etc. Es destacable que, en base a los datos aportados, los autores descartan que el fin del pueblo se debiese a las famosas epidemias y muestran por vez primera la secuencia real de la despoblación, así como sus causas.
En cuanto a la faceta “paranormal”, los autores sacan a la luz algunos casos inéditos realmente sobrecogedores, como el de un violento asesinato (real y documentado) ocurrido en una de las casas del pueblo, los sorprendentes testimonios de miembros del ejercito que vivieron situaciones extrañas durante una serie de maniobras militares, o los relatos de personas que afirman haber vivido experiencias inexplicables en el lugar.
Realidad o leyenda, Ochate abre un profundo debate entre si realmente es un pueblo con un pasado maldito o si por el contrario todo es fruto de la creación de Prudencio Muguruza, lo que esta claro es que han ocurrido algunos sucesos extraños pero quizá es mucha leyenda la que rodea al pueblo y se ha utilizado para hacer un templo de peregrinaje para todos los amantes de lo paranormal.
Si no os gusta pasar miedo no lo visiteis, tal vez os traigáis un recuerdo no deseado.
Ja, Ja, Ja.





sábado, 8 de agosto de 2009

ASÍ MUERO

Día 13 de abril de 1895

Hoy ha llovido toda la tarde y mamá no me ha dejado salir a jugar, pero igual he salido. Y ahora me he enfermado. Me duele mucho la pancita y la cabeza. Papá trajo a una mujer para que sea mi enfermera. Es una mujer joven. Mamá no quiere que se quede aquí conmigo ni que me cuide. Dice que es una bruja. Así que le ha pedido al criado que traiga la cama de ella aquí junto a la mía.

Día 17 de abril de 1895

Mama parece que también ha enfermado. Ahora Ella debe cuidarnos a las dos. Mama está mal. Tiene fiebre y habla cosas que no entiendo que significan. Me asusta que esté así...

Noche del 17 de abril de 1895

Fui a buscar un vaso de agua para mama y sin querer espié por el dormitorio de Ella. Estaba con papá. Y el la besaba y hacían cosas... Me fui corriendo pero creo que ella igual me vio...

Día 20 de abril de 1895

Ella le trajo a mamá una cosa rara para que comiera. Mamá no quería y ella la obligaba. Le abría la boca y le ponía eso y le hacía tragar todo. Después le daba leche...pobre mama... cada vez está peor, y yo no mejoro nada, aunque ya no me duele la cabeza. No le conté nada de lo que vi la otra vez, o se pondría peor. Ella creyó que yo estaba dormida y no me hizo ni me dio nada. Papa viene y nos saluda de vez en cuando. Mama esta casi todo el día inconsciente y de noche cuando esta cuerda me dice que no coma lo que Ella me da...

Día 1 de mayo de 1895

Mamita se ha ido al cielo. Eso me dijo papa. Pero yo se que mami no se quería ir. Ella le ha obligado. Es mala. No quiso que fuera con ellos al cementerio porque dice que soy muy revoltoso y que desobedezco. (Quisiera que mama estuviera aquí así me explicaría que es revoltoso). Papa ya no me quiere. Hace mucho que no viene y me habla como antes... Ahora la quiere a Ella...

Día 6 de mayo de 1895

Tengo miedo. Ella me ha querido mandar lejos. No quiere que este con papa. Quiere que vaya a un internado y papa no quiere. Ella ha mirado como si quisiera que desapareciera... le tengo miedo. Ayer me ha quitado a Tito y no me lo ha devuelto. Le he rogado pero me ha dicho que soy un niño grande ya para tener osos. ¡No me importa! Mama nunca me ha quitado a Tito. Se lo he dicho y me ha dado un bofetón. Es mala...

Día 24 de mayo de 1895

Me siento mal... creo que le ha puesto cosas raras a mi comida cuando estaba dormido. Esta noche me voy a hacer el dormido y la voy a espiar...

Noche del 24 de mayo de 1895

Ha dicho que no me quiere, y que le estorbo. Que quiere que me vaya al cielo con mi mama así ella puede quedarse con mi papa... Es mala... Mami.... ¿me estará viendo? Desde el cielo deben verse muchas cosas... mamita... si me ves avísame que me esta haciendo... aunque... no, no me digas nada... papa ya no me quiere mas y yo quiero estar contigo.

Día 31 de mayo de 1895

Papa ha venido a verme y se ha asustado. Ha dicho que parezco un fantasma... pero yo se que es por culpa de ella. Ella no quiere que escriba más y ha buscado este diario por todas partes. Pero solo yo se donde está. Igual he tenido que cambiar su escondite. Ahora está bajo el pedazo de loza que esta suelto bajo mi cama... Espero que no lo pueda encontrar.

Día 12 de junio de 1895

Me voy a encontrar con mamita. Estoy contento, triste porque tengo que dejar a papá y enojado porque ella es mala... Ella mató a mama y me esta matando a mí... Ahora estará feliz... Lo que ella no sabe es que a mama la espero un ángel y a mi también me espera uno... A ella le queda poco tiempo... Y su ángel es uno negro... y se la va a llevar a otro lugar... ¿Como lo sé? Él me lo ha dicho. Lo he visto en sueños. Él me dijo que hoy he de estar con mi mama y que ella va a estar en otro lugar. Uno oscuro y tenebroso... Ahí viene mi ángel... Adiós papito... te quiero a pesar de todo... adiós papito mío...

jueves, 6 de agosto de 2009

SOLO MIEDO

Sofía confiaba de su valentía coma para poder llegar a su casa sola, ya eran mas de las 12:00am y acababa de salir de un local nocturno fue su segunda ocasión en un lugar de estos, al principio fue acompañada por sus tres mejores amigas pero a medida que corría la noche cada una tomo su camino y sin darse cuenta se encontró sola en aquel lugar tan peculiar, tenia dos opciones irse sola o llamar a sus padres para que le buscaran. En su mente paso la idea de todo el conglomerado riéndose a carcajadas de ella al verla montarse en el auto de sus padres aupado por la estridente voz de su madre castigándola de por vida por faltar a su palabra no visitar locales nocturnos. Ella por supuesto prefirió irse sola, paso entre tres cuartos de hora esperando pasar un taxi asta que uno de los vigilantes del local casi en tono de burla le dijo:
__ ya los taxistas no pasan por este lugar, los tontos se han inventado excusas con esto de los fantasmas y este tipo de sandeces para no pasar mas __
Sofía no vio otra opción mas que ir a pie a su casa a un imaginándose terribles escenas de hombres fuertes metiéndola en autos de lujo o acosadores sexuales persiguiéndola por los callejones, en ese momento prefería cualquier cosa antes que el castigo y peor a un el regaño de sus padres.
Caminando, ya alejada del club el cual apenas se le podía observar de lejos, un carro de aspecto descuidado redujo el paso asta moverse al mismo ritmo de ella, un vidrio delantero empezó a bajarse rechinando en señal de desuso, de el se asomo un hombre a medio afeitar que con aspecto de haber ya pasado de tragos le dijo a Sofía:
__ oye, eiiii, nena porque estas sola a estas horas __ Sofía trato de apresurar el paso pero en lo que ella aumentaba el auto la seguía.
__ no quieres acompañarme jeje será divertido ven entra __
__ no gracias mí "novio" me espera __
dijo con una sonrisa fingida que apenas pudo emular, ya estaba llegando a la esquinas donde pensó le dejaría pues estaba en contraria, así que adelanto el paso sin mirar a tras hasta sobrepasar aquel cruce, sintió un gran alivio al percatarse que el sonido del viejo motor ya no le seguía. No faltaba mucho para llegar a la estación de trenes pensó, de pronto una mano se poso sobre su hombro mientras decía:
__ ¿estas segura que no quieres acompañarme?__
Para su sorpresa era el hombre que hacia unos momentos la seguía en su auto, ella despavorida hecho a correr. Después de estar segura de haber perdido de vista al hombre se detuvo a descansar sentía el corazón en la garganta y se preguntaba que seria de ella si mas nunca regresara a casa, acaso alguien encontraría su cuerpo, o lo arrojarían al mar con piedras pesadas luego de haberla torturado, de cualquier forma sus pensamientos se tornaban menos alentadores, respiro profundo y decidió seguir caminando hacia la estación de trenes, pero algo peor ocurrió ante sus ojos y sin darse cuenta tras la huida de su perseguidor se había adentrado en un área que nunca antes había visto, miro hacia todos los lados en busca de un punto de retorno pero no reconocía ninguna de las casas ni calles de aquel lugar, desesperada decidió llamar a sus padres esta ves no le importaba si fuese castigada de por vida sostuvo temblorosa su cartera mientras buscaba su teléfono celular, al encontrarlo marco rápida mente el teléfono de su padre pero la llamada no entraba en el sistema, llamo entonces al teléfono de su madre, no respondía la llamada y callo la contestadota.
__ mamá es Sofía cesecito que me llames es urgente estoy en lac…__ el mensaje se vio interrumpido había excedido su tiempo.
Miro su reloj de mano, marcaban las 1:53 AM, siguió aun sin saber a donde se dirigía y se detuvo al observar una luz tenue entre un callejón, se acerco y miro escondida a un par de mendigos de edad avanzada a la luz del fuego, tenia miedo pero tenia que encontrar la forma de llegar a la estación de trenes se armo de valor y se acerco hacia aquellos hombres, ellos le miraban desconcertados uno le dijo al otro:
__ acaso estoy alucinando o es esta una hermosa chica la que se acerca__
__ así parece__ dijo el otro.
Sofía al estar lo suficientemente cerca les pregunto en que dirección se encontraba la estación, los dos hombres apuntaron a a la misma dirección, Sofía dio media vuelta y tomo rumbo a la estación pero se detuvo al escuchar a uno de los mendigos proponerle acompañarla a la estación, ella titubeo pero prefería ser acompañada por dos mendigos a ser secuestrada por el acosador. Asintió con la cabeza y juntos tomaron marcha a la estación, ella les relato el extraño acontecimiento que le había ocurrido, ellos sorprendidos se detuvieron.
__ ¿que pasa porque se detienen?__
Uno sonrió mirando al otro, y ella se percato que ambos respondían con la misma sonrisa espectral.
__ ¿que sucede?__ dice Sofía
__ nada, nada sigamos caminando__
Luego de tanto caminar al fin allí estaba, en la estación de trenes, tendría que esperar a la llegada del tren de madrugada pero no le importaba se sentía segura en ese lugar, los dos mendigos se despidieron de ella alegremente y siguieron su camino ella espero sentada, hasta que pudo escuchar la llegada del tren se puso de pie y miro su reloj marcaban las 3:00 en punto ella se pregunto:
__¿por que el tren llega a las 3:00 cuando el letrero marca su llegada a las 5:00 AM?, tal vez hubo un cambio de horario y no cambiaron el anuncio __
Al detenerse el tren y abrirse los vagones salieron del tren gran cantidad de niños todos corrían hacía afuera cantando y brincado cual viniesen de un parque de diversiones, ella se extraño sobre manera
__tal vez mi reloj este averiado__ pensó.
al entrar al vagón las puerta se serraron, al mirar por los vidrios observo una serie de criaturas bailando y cantando eufóricamente mientras movían y retorcían sus pequeños y deformes cuerpos en son de alegría, Sofía empezó a gritar de terror pero sus gritos produjeron que estos seres de afuera se excitaran mas en sus festejos. Se empezaba a oír el sonido de el tren en arranque desesperado, en la ventana se veía al vagón alejarse de la estación, Sofía aunque seguía asustada se sentía mas segura, en un abrir y cerrar de ojos el interior del vagón se torno de un color negrusco, sucio y en completo desastre, los asientos incrustados con púas, cadenas colgando de las paredes los barrotes retorcidos cual gimieran de dolor y un olor fétido que inundaba el lugar. Sofía golpeaba la puerta desesperada por salir, se detuvo al escuchar los quejidos de alguien en el vagón de al lado, se asomo con la esperanza de obtener ayuda pero para su sorpresa del otro lado de la puerta que comunicaba con el otro vagón se encontraba el hombre que la acosaba, este estaba siendo atacado por criaturas pequeñas y repugnantes. Ella estaba horrorizada pero no lograba despegarse de la puerta mientras veía como lo encadenaban y luego atacaban sin compasión devorando su enorme cuerpo en un festín siniestro y de dolor, sus gritos parecían música para ellos pues en incremento de estos daban brincos de alegría y mostraban una sonrisa que abarcaba todo su rostro, adornada con sus dientes oscuros y putrefactos.
Sofía no podía soportarlo mas estaba segura de que luego vendrían por ella, corrió hacia el otro extremo del vagón y golpeo sin parar la puerta que comunicaba con el otro vagón, dio con todas sus fuerzas sin siquiera lograr aboyarla pero si gano moretones en sus manos, se recostó de la puerta y con lagrimas en los ojos se dejo deslizar hasta llegar al piso, de lejos pudo observar como estas criaturas una por una pasaban al vagón había llegado su turno.

domingo, 19 de julio de 2009

SOY LA PUERTA

Richard y yo estábamos sentados en el porche de mi casa, mirando las dunas del Golfo. El humo de su cigarro se enroscaba mansamente en el aire, alejando a los mosquitos. El agua tenía un fresco color celeste y el cielo era de un color azul más profundo y auténtico. Era una combinación agradable.
-Tú eres la puerta -repitió Richard reflexivamente-. ¿Estás seguro de que mataste al chico... y de que no fue todo un sueño?
-No fue un sueño. Y tampoco lo maté... ya te lo he explicado. Ellos lo hicieron. Yo soy la perta.
Richard suspiró.
-¿Lo enterraste?
-Si.
-¿Recuerdas dónde?
-Si. -Hurgué en el bolsillo de la pechera y extraje un cigarrillo. Mis manos estaban torpes con sus vendajes. Me escocían espantosamente-. Si quieres verla, tendrás que traer el "buggy" de las dunas. No podrás empujar esto -señalé mi silla de ruedas-, por la arena.
El "buggy" de Richard era un "Wolkswagen 1959" con neumáticos grandes como cojines. Lo usaba para recoger los maderos que traía la marea. Desde que había dejado su actividad de agente inmobiliario en Maryland, vivía en Key Caroline y confeccionaba esculturas con los maderos de la playa, que luego vendía a los turistas de invierno a precios desorbitados.
Le dio una chupada a su cigarro y miró el Golfo..
-Aún no. ¿Quieres volver a contarme la historia?
Suspiré y traté de encender mi cigarrillo. Me quitó las cerillas y lo hizo él. Di dos chupadas, inhalando profundamente. El prurito de mis dedos era enloquecedor.
-Está bien -asentí-. Anoche a las siete estaba aquí afuera, contemplando el Golfo y fumando, igual que ahora, y...
-Remóntate más atrás -me exhortó.
-¿Más atrás?
-Háblame del vuelo.
Sacudí la cabeza.
-Richard, lo hemos repasado una y otra vez. No hay nada...
Su rostro arrugado y fisurado era tan enigmático como una de sus esculturas de madera pulida por el océano.
-Es posible que recuerdes -dijo-. Es posible que ahora recuerdes.
-¿Te parece?
-Quizá sí. Y cuando hayas terminado, podremos ira buscar la tumba.
-La tumba -repetí-. La palabra tenía un acento hueco, atroz, más tenebroso que todo lo demás, más tenebroso que todo lo demás, más tenebroso aún que aquel tétrico océano por donde Cory y yo habíamos navegado hacía cinco años. Tenebroso, tenebroso, tenebroso.
Bajo las vendas, mis nuevos ojos escrutaron ciegamente la oscuridad que las vendas les imponían. Escocían.

Cory y yo entramos en la órbita impulsados por el Saturno 16, aquel que los comentaristas denominaban el cohete Empire State Building. Era una mole, sí señor. Comparado con él, el viejo Saturno 1-B parecía un juguete, y para evitar que arrastrase consigo la mitad de Cabo Kennedy había que lanzarlo desde un silo de setenta metros de profundidad.
Sobrevolamos la Tierra, verificando todos nuestros sistemas, y después nos disparamos. Rumbo a Venus. El Senado quedó atrás, debatiendo un proyecto de ley sobre nuevos presupuestos para la exploración del espacio profundo, mientras la camarilla de la NASA rogaba que descubriéramos algo, cualquier cosa.
-No importa qué -solía decir Don Lovinger, el niño prodigio del Proyecto Zeus, cada vez que tomaba unas copas de más-. Tenéis todos los artefactos, más cinco cámaras de TV reacondicionadas y un primoroso telescopio con un trillón de lentes y filtros. Encontrad oro o platino. Mejor aún, encontrad a unos bonitos y estúpidos hombrecillos azules, para que podamos estudiarlos y explotarlos y sentirnos superiores a ellos. Cualquier cosa. Para empezar, nos conformaríamos con el fantasma de Blancanieves.
Cory y yo estábamos ansiosos por complacerle, a poco que fuera posible. El programa de exploración del espacio profundo había sido siempre un fracaso. Desde Borman, Anders y Lovell que habían entrado en órbita alrededor de la Luna, en 1968, y habían encontrado un mundo vacío, hostil, semejante a una playa sucia, hasta Markhan y Jacks, que se posaron en Marte quince años más tarde y encontraron un páramo de arena helada y unos pocos líquenes maltrechos, el programa había sido un fiasco costoso. Y había habido bajas. Pedersen y Lederer, que girarían eternamente alrededor del Sol porque todo había fallado en el penúltimo vuelo Apolo. John Davis, cuyo pequeño observatorio en órbita había sido perforado por un meteorito a pesar de que sólo existía una posibilidad entre mil de que se produjera semejante accidente. No, el programa espacial no prosperaba. Tal como estaban las cosas, el vuelo orbital alrededor de Venus sería nuestra última oportunidad de cantar victoria.
Fue un viaje de dieciséis días -comimos un montón de concentrados, jugamos muchas partidas de naipes, y nos contagiamos mutuamente un resfriado- y desde el punto de vista técnico fue un paseo. Al tercer día perdimos un transformador de humedad atmosférica, recurrimos al dispositivo auxiliar, y eso fue todo, con excepción de algunas nimiedades, hasta el regreso. Vimos cómo Venus crecía y pasaba del tamaño de una estrella al de una moneda de veinticinco céntimos y luego al de una bola de cristal lechoso, intercambiamos chistes con el control de Huntsville, escuchamos cintas magnetofónicas de Wagner y los Beatles, vigilamos los dispositivos automáticos que lo abarcaban todo, desde las mediciones del viento solar hasta la navegación del espacio profundo. Practicamos dos correcciones de rumbo a mitad de trayecto, ambas infinitesimales, y después de nueve días de vuelo Cory salió de la nave y martilleó la AEP retráctil hasta que ésta se decidió a funcionar. No pasó nada raro hasta que...
-La AEP -me interrumpió Richard-. ¿Qué es eso?
-Un experimento frustrado. La jerga de la NASA para designar la Antena de Radio Profundo... Irradiábamos ondas pi a alta frecuencia para cualquiera que se dignara escucharnos. -Me froté los dedos contra los pantalones pero fue inútil. En todo caso empeoró el prúrito-. El mismo principio del radiotelescopio de West Virginia..., tú sabes, el que escucha a las estrellas. Sólo que en lugar de escuchar, trasmitíamos, sobre todo a los planetas del espacio profundo: Júpiter, Saturno, Urano. Si hay vida inteligente en ellos, en ese momento se estaba echando una siesta.
-¿El único que salió fue Coy?
-Si .Y si introdujo una peste interestelar , la telemetría no la detectó.
-Igualmente...
-No importa -proseguí, irritado-. Sólo interesa el aquí y el ahora. Anoche ellos asesinaron a ese chico, Richard. No fue agradable verlo... ni de sentirlo. Su cabeza... estalló. Como si alguien le hubiese ahuecado los sesos y le hubiera introducido una granada de mano en el cráneo.
-Termina el relato -dijo Richard.
Lancé una risa hueca.
-¿Qué quieres que te cuente?


Entramos en una órbita excéntrica alrededor del planeta. Una onda radical, declinante, de noventa por ciento quince kilómetros. En la segunda pasada nuestro apogeo estuvo más alto y el perigeo más bajo. Disponíamos de un máximo de cuatro órbitas. Recorrimos las cuatro. Le echamos una buena mirada al planeta. Más de seiscientas fotos y Dios sabe cuántos metros de película.
La capa de nubes está formada en partes iguales por metano, amoniaco, polvo y mierda voladora. Todo el planeta se parece al Gran Cañón en un túnel de viento. Cory calculó que el viento soplaba a unos novecientos por hora cerca de la superficie. Nuestra sonda transmitió durante todo el descenso y después se apagó con un gemido. No vimos vegetación ni rastros de vida. El espectroscopio sólo detectó vestigios de minerales valiosos. Y eso era Venus. Nada de nada..., con una sola salvedad: me asustó. Era como girar alrededor de una casa embrujada en medio del espacio. Sé que ésta no es una definición muy científica, pero viví sobrecogido por el miedo hasta que nos alejamos de allí. Creo que si se nos hubieran parado los cohetes, me habría degollado en medio de la caída. No es como en la Luna. La Luna es desolada pero relativamente antiséptica. El mundo que vimos era totalmente distinto de cuantos se habían visto antes. Quizá sea una suerte que esté cubierto por el manto de nubes. Parecía una calavera descarnada... Ésta es la única analogía que se me ocurre.
Durante el vuelo de regreso nos enteramos de que el Senado había resuelto reducir a la mitad el presupuesto para la exploración espacial. Cory dijo algo así como "parece que volvemos a la época de los satélites meteorológicos, Artie". Pero yo estaba casi contento. Quizás el espacio no es un buen lugar para nosotros.
Doce días más tarde Cory estaba muerto y yo había quedado lisiado para toda la vida. Todas las desgracias me ocurrieron durante el descenso. Falló el paracaídas. ¿Qué te parece esta ironía? Habíamos pasado más de un mes en el espacio, habíamos llegado más lejos que cualquier otro ser humano, y todo terminó mal porque un tipo con prisa por tomarse un descanso dejó que se enredaran unos cordeles.
La caída fue violenta. Un tripulante de uno de los helicópteros dijo que nos precipitamos del cielo como un bebé gigantesco, con la placenta flameando atrás. Cuando nos estrellamos me desvanecí.
Recuperé el conocimiento mientras me transportaban por la cubierta del Portland. Ni siquiera habían tenido tiempo de enrollar la alfombra roja que teóricamente deberíamos haber recorrido. Yo sangraba. Sangraba y me llevaban a la enfermería sobre una alfombra roja que no estaba ni remotamente más roja como yo...
-...Pasé dos años en el hospital de Bethesda. Me dieron la Medalla de Honor y una fortuna y esta silla de ruedas. Al año siguiente vine aquí. Me gusta ver cómo despegan los cohetes.
-Lo sé. -Richard hizo una pausa-. Muéstrame las manos.
-No. -La respuesta fue inmediata y vehemente-. No pudo permitir que ellos vean. Te lo he advertido.
-Han pasado cinco años -dijo Richard-. ¿Por qué ahora, Arthur? ¿Me lo puedes explicar?
-No lo sé. ¡No lo sé! Quizás eso, sea lo que fuere, tiene un largo período de gestación. ¿Y quién puede asegurar, además, que me contaminé en el espacio? Eso, lo que sea, pudo haberse implantado en Fort Lauderdale. O tal vez en este mismo porche. Qué se yo.
Richard suspiró y contempló el agua , ahora enrojecida por el sol del crepúsculo.
-Procuro creerte, Arthur, no quiero pensar que estás perdiendo la chaveta.
-Si es indispensable, te mostraré las manos -respondí. Me costó un esfuerzo decirlo-. Pero sólo si es indispensable.
Richard se levantó y cogió su bastón. Parecía viejo y frágil.
-Traeré el "buggy" e las dunas. Buscaremos al chico.
-Gracias, Richard.
Se encaminó hacia la huella accidentada que conducía a su cabaña: veía el tejado de ésta asomando sobre la Duna Mayor, la que atraviesa casi todo el ancho de Key Caroline. El cielo había adquirido un feo color ciruela, sobre el agua, en dirección al Cabo, y el fragor del trueno me llegó débilmente a los oídos.


No sabía cómo se llamaba el chico pero lo veía de vez en cuando, caminando por la playa al ponerse el sol, con l acriba bajo el brazo. El sol le había bronceado y estaba moreno, casi negro, y siempre vestía unos vaqueros deshilachados, tijereteados a la altura del muslo. Del otro lado de Key Caroline hay una placa pública, y en una jornada nada propicia un joven emprendedor puede reunir hasta cinco dólares, tamizando pacientemente la arena en busca de monedas enterradas. A veces le saludaba agitando la mano y él contestaba de igual manera, ambos con displicencia, extraños pero hermanos, eternos habitantes de ese mundo de derroche, de "Cadillacs", de turistas alborotadores. Supongo que vivía en la pequeña aldea apiñada alrededor de la estafeta, a casi un kilómetro de mi casa.
Cuando pasó esa tarde ya hacía una hora que yo estaba en el porche, inmóvil, alerta. Hacía un rato que yo estaba en el porche, inmóvil, alerta. Hacía un rato que me había quitado las vendas. El prurito había sido intolerable, y siempre se aliviaba cuando podían ver con sus ojos.
Era una sensación que no tenía parangón en el mundo: como si yo fuera un portal entreabierto a través del cual espiaban un mundo que odiaban y temían. Pero lo peor era que yo también podía ver, hasta cierto punto. Imaginad que vuestra mente es transportada al cuerpo de una mosca común, una mosca que mira vuestra propia cara con un millar de ojos. Entonces quizás empezaréis a entender por qué tenía las manos vendadas incluso cuando no había nadie cerca, nadie que pudiera verlas.
Empezó en Miami. Yo tenía que tratar allí con un hombre llamado Cresswell, un investigador del Departamento de Marina. Me controla una vez al año, porque durante un tiempo tuvo todo el acceso que es posible tener a los materiales secretos de nuestro programa espacial. No sé qué es exactamente lo que busca. Tal vez un destello taimado en mis ojos, o una letra escarlata en mi frente. Dios sabe por qué. La pensión que cobro es tan generosa que se vuelve casi embarazosa.
Cresswell y yo estábamos sentados en la terraza de su habitación, en el hotel, discutiendo el futuro del programa espacial norteamericano. Eran aproximadamente las tres y cuarto. Empezaron a picarme los dedos. No fue algo gradual. Se activó como una corriente eléctrica. Se lo mencioné a Cresswell.
-De modo que tocó una hiedra venenosa en esa islita escrofulosa -comentó sonriendo.
-El único follaje que hay en Key Caroline es un arbusto de palmito -respondí-. Quizás es la comezón del séptimo año .-Me miré las manos. Manos absolutamente vulgares. Pero me picaban.
Más tarde firmé el mismo viejo documento de siempre ("Juro solemnemente que no he recibido ni revelado ni divulgado ninguna información susceptible de...") y volví a Key Caroline. Tengo un antiguo "Ford", equipado con freno y acelerador de mano. Lo adoro..., me hace sentirme autosuficiente.
El trayecto de regreso es largo, por la Autopista 1, y cuando salí de la carretera y doblé por la rampa de salida de Key Caroline ya estaba casi enloquecido. Las manos me escocían espantosamente. Si alguna vez habéis la cicatrización de un corte profundo o de una incisión quirúrgica, quizás entenderéis la clase de comezón a la que me refiero. Algo vivo parecía estar arrastrándose por mi carne y horadándola.
El sol casi se había ocultado y me estudié cuidadosamente las manos bajo el resplandor de las luces del tablero. Ahora en las puntas de los dedos había unas pequeñas manchas rojas, perfectamente circulares, un poco por encima de la yema donde están las impresiones digitales y donde se forman callos cuando uno toca la guitarra. También había círculos rojos de infección entre la primera y segunda articulación de cada pulgar y de cada dedo, y en la piel que separaba la segunda articulación del nudillo. Me llevé los dedos de la mano derecha a los labios y los aparté rápidamente, con súbita repulsión. Dentro de mi garganta se había formado un nudo de horror, agodonoso y asfixiante. Los puntos donde habían aparecido las marcas rojas estaban calientes, afiebrados y la carne estaba blanda y gelatinosa, como la pulpa de una manzana podrida.
Durante el resto del trayecto traté de convencerme de que en verdad había tocado una hiedra venenosa sin darme cuenta. Pero en el fondo de mi mente germinaba otra idea chocante. En mi infancia había tenido una tía que había pasado los últimos diez años de su vida encerrada en un desván, aislada del mundo. Mi madre le llevaba los alimentos y estaba prohibido pronunciar su nombre. Más tarde me enteré de que había padecido la enfermedad de Hansen, la lepra.
Cuando llegué a casa telefoneé al doctor Flanders, que vivía en tierra firme. Me atendió su servicio de recepción de llamadas. El doctor Flanders estaba participando de un crucero de pesca, pero si se trataba de algo urgente el doctor Ballenger...
-¿Cuándo regresará el doctor Flanders?
-A más tardar mañana por la tarde. ¿Le parece...?
-Sí.
Colgué lentamente el auricular y después marqué el número de Richard. Dejé que la campanilla sonara doce veces antes de colgar. Permanecí un rato indeciso. La comezón se había intensificado. Parecía emanar de la carne misma.
Conduje la silla de ruedas hasta la biblioteca y extraje la destartalada enciclopedia médica que había comprado hace muchos años. El texto era exasperantemente vago. Podría haber sido cualquier cosa, o ninguna.
Me recosté contra el respaldo y cerré los ojos. Oí el tictac del viejo reloj marino montado sobre la repisa, en el otro extremo de la habitación. También oí el zumbido fino y agudo de un reactor que volaba hacia Miami. Y el tenue susurro de mi propia respiración.
Seguía mirando el libro.
El descubrimiento se infiltró lentamente en mí y después se implantó con aterradora brusquedad. Tenía los ojos cerrados pero seguía mirando el libro. Lo que veía era algo desdibujado y monstruoso, una imagen deformada, cuatridimensional, pero igualmente inconfundible, de un libro.
Y yo no era el único que miraba.
Abrí lo ojos y sentí la contracción de mi músculo cardíaco. La sensación se atenuó un poco, pero no por completo. Estaba mirando el libro, viendo con mis propios ojos las letras impresas y las ilustraciones, lo cual era una experiencia cotidiana perfectamente normal, y también lo veía desde un ángulo distinto, más bajo, y con otros ojos. No lo veía como un libro sino como algo anómalo, algo de configuración aberrante e intención ominosa.
Alcé las manos lentamente hasta mi rostro, y tuve una macabra imagen de mi sala transformada en una casa de horrores.
Lancé un alarido.
Unos ojos me espiaban entre las fisuras de la carne de mis dedos. Y en ese mismo instante vi cómo la carne se dilataba, se replegaba, a medida que esos ojos se asomaban insensatamente a la superficie.
Pero no fue eso lo que me hizo gritar. Había mirado mi propia cara y había visto un monstruo.


El "buggy" de las dunas bajó por la pendiente de la lona y Richard lo detuvo junto al porche. El motor ronroneaba intermitentemente. Hice rodar mi silla de ruedas por la rampa situada a la derecha de la escalinata común y Richard me ayudó a subir al vehículo.
-Muy bien, Arthur -dijo-. Tú mandas. ¿A dónde vamos?
Señalé en dirección al agua, donde la Duna Mayor finalmente empieza a menguar. Richard hizo un ademán de asentimiento. Las ruedas posteriores giraron en la arena y partimos. Yo solía burlarme de Richard por su manera de conducir, pero esa noche no lo hice. Tenía demasiadas cosas en las cuales pensar... Y demasiadas cosas para sentir. Ellos estaban disgustados con la oscuridad y me daba cuenta de que hacían esfuerzos por espiar entre las vendas, exigiéndome que se las quitara.
El "buggy" se zarandeaba y rugía entre la arena en dirección al agua, y casi parecía levantar vuelo desde la cresta de las dunas más bajas. A la izquierda, el sol se ponía con sanguinaria espectacularidad. Directamente enfrente y del otro lado del agua, las nubes oscuras avanzaban hacia nosotros. Los rayos zigzagueaban sobre el mar.
-A tu derecha -dije-. Junto a esa tienda.
Richard de tuvo el "buggy" junto a los restos podridos de la tienda, despidiendo un surtidor de arena. Metió la mano en la parte posterior y extrajo una pala. Respingué cuando la vi.
-¿Dónde? -preguntó Richard inexpresivamente.
-Allí -respondí, señalando.
Se apeó y se adelantó despacio por la arena, vaciló un segundo, y después clavó la pala en el suelo. Me pareció que excavaba durante un largo rato. La arena que despedía por encima del hombro tenía un aspecto húmedo. Las nubes eran más negras y estaban más altas, y el agua parecía furiosa e implacable bajo su sombra y en el reflejo rutilante del crepúsculo.
Mucho antes de que dejara de excavar me di cuenta de que no encontraría al chico. Lo habían cambiado de lugar. La noche anterior no me había vendado las manos, de modo que habían podido ver... y actuar. Si habían conseguido servirse de mí para matar al chico también podían haberlo hecho para trasladarlo, incluso mientras dormía.
-No hay nada aquí, Arthur.
Arrojó la parte sucia en la parte posterior del "buggy" y se dejó caer, cansado, en el asiento. La tormenta en ciernes proyectaba sombras movedizas, semicirculares, sobre la playa. La brisa cada vez más fuerte hacía repicar la arena contra la carrocería herrumbrada del vehículo. Me picaban los dedos .
-Me usaron para transportarlo -dije con voz opaca-. Están asumiendo el control, Richard. Están forzando su puerta para abrirla, poco a poco. Cien veces por día me descubro en pie delante de un objeto que conozco como una espátula, un cuadro, o un a lata de guisantes, sin saber cómo he llegado allí, y tengo las manos alzadas, mostrándoselo, viéndolo como lo ven ellos, como algo obsceno, como algo contorsionado y grotesco...
-Arthur -murmuró-. No, Arthur. Eso no. -Bajo la luz menguante su rostro tenía una expresión compungida-. Has dicho que estabas en pie delante de algo. Has dicho que transportaste el cuerpo del chico. Pero tú no puedes caminar, Arthur. Estás muerto de la cintura para abajo.
Toqué el tablero de instrumentos del "buggy" de las dunas.
-Esto también está muerto. Pero cuando lo montas puedes hacerlo marchar. Podrías hacerlo matar. No podría detenerse aunque quisiera. -Oí que mi voz aumentaba de volumen histéricamente-. ¿Acaso no entiendes que soy la puerta? ¡Ellos mataron al chico, Richard! ¡Ellos transportaron el cuerpo!
-Creo que será mejor que consultes a un médico -dijo con tono tranquilo-. Volvamos.
-¡Investiga! ¡Pregunta por el chico, entonces! Averigua...
-Dijiste que ni siquiera sabes cómo se llama.
-Debía de vivir en la aldea. Es un pueblo pequeño. Pregunta...
-Cuando fui a buscar el "buggy" telefoneé a Maud Harrington. No conozco a una persona más chismosa que ella, en todo el Estado. Le pregunté si había oído el rumor de que un chico no había vuelto anoche a su casa. Contestó que no.
-¡Pero tenía que vivir es esta zona! ¡Tenía que vivir aquí!
Arthur se dispuso a hacer girar la llave del encendido, pero le detuve. Se detuvo para mirarme y yo empecé a quitarme las vendas de las manos.
El trueno murmuraba y gruñía desde el Golfo.


No había consultado al médico ni había vuelto a llamar a Richard. Pasé tres semanas con las manos vendadas cada vez que salía. Tres semanas con la ciega esperanza de que desaparecieran. No eran un comportamiento racional, lo confieso. Si yo hubiera sido un hombre sano que no necesitaba una silla de ruedas para sustituir sus piernas, o que había vivido una vida normal, quizás habría recurrido al doctor Flanders o a Richard. Aun en mis condiciones podría haberlo hecho si no hubiera sido por el recuerdo de mi tía, aislada, virtualmente convertida en una prisionera, devorada en vida por su propia carne enferma. De modo que guardé un silencio desesperado y le pedí al cielo que me permitiera descubrir un día, al despertarme, que todo había sido una pesadilla.
Y poco a poco los sentí. A ellos. Una inteligencia anónima. Nunca me pregunté qué aspecto tenían ni de donde provenían. Habría sido inútil. Yo era su puerta, y su ventana abierta sobre el mundo. Recibía suficiente información de ellos para sentir su revulsión y su horror, para saber que nuestro mundo era muy distinto del suyo. La información también me bastaba para sentir su odio ciego. Pero igualmente seguían espiando. Su carne estaba implantada en la mía. Empecé a darme cuenta de que me usaban, de que en verdad me manipulaban.
Cuando pasó el chico, alzando la mano para saludarme con la displicencia de siempre, yo ya casi había resuelto llamar a Cresswell, a su número del Departamento de Marina. Había algo cierto en la teoría de Richard: estaba seguro de que lo que se había apoderado de mí me había atacado en el espacio profundo o en esa extraña órbita alrededor de Venus. La Marina me estudiaría pero no me convertiría en un monstruo de feria. No tendría que volver a ahogar un grito cuando me despertaba en la oscuridad crujiente y los sentía vigilar, vigilar, vigilar.
Mis manos se estiraron hacia el chico y me di cuenta de que no las había vendado. Vi los ojos que miraban en silencio, en la luz crepuscular. Eran grandes, dilatados, de iris dorados. Una vez había pinchado uno con la punta de un lápiz y había sentido que un olor insoportable me recorría el brazo. El ojo pareció fulminante con un odio impotente que fue peor que el dolor físico. No volví a pincharlo.
Y ahora estaban mirando al chico. Sentí que mi mente se disparaba. Un momento después perdí el control de mis actos. La puerta estaba abierta. Corrí hacia él por la arena, moviendo velozmente las piernas insensibles, como si éstas fueran maderos accionados por algún mecanismo. Mis propios ojos parecieron cerrarse y sólo vi con aquellos ojos extraterrestres: vi un monstruoso paisaje marino de alabastro rematado por un cielo semejante a una gran franja purpúrea, y vi una cabaña ladeada y corroída que podría haber sido la carroña de una desconocida bestia carnívora, y vi un ser abominable que se movía y respiraba y llevaba debajo del brazo un artefacto de madera y alambre, un artefacto compuesto por ángulos rectos geométricamente imposibles.
Me pregunto qué pensó él, ese pobre chico anónimo con la criba bajo el brazo y los bolsillos hinchados por una insólita multitud de monedas arenosas perdidas por los turistas, qué pensó él cuando los rayos postreros del sol cayeron sobre mis manos, rojas y fisuradas y fulgurantes con su carga de ojos, qué pensó cuando las manos batieron súbitamente el aire un momento antes de que estallara su cabeza.
Sé qué fue lo que pensé yo.
Pensé que había atisbado por encima del borde del universo y había visto ni más ni menos que los fuegos del infierno.


El viento tironeó de las vendas y las transformó en pequeños gallardetes flameantes a medida que las desenrollaba. Las nubes habían ocultado los vestigios rojos del crepúsculos, y las dunas estaban oscuras y cubiertas de sombras. Las nubes desfilaban y bullían sobre nuestras cabezas.
-Debes hacerme una promesa, Richard -dije, levantando la voz por encima del viento cada vez más fuerte-. Si tienes la impresión de que intento..., hacerte daño, corre. ¿Me entiendes?
-Si.
El viento agitaba y ondulaba su camisa de cuello abierto. Su rostro permanecía impasible, con los ojos reducidos a poco más que dos cavidades en la prematura oscuridad.
Cayeron las últimas vendas.
Yo miré a Richard y ellos miraron a Richard. Yo vi una cara que conocía desde hacía cinco años y que había aprendido a querer. Ellos vieron un monolito viviente, deforme.
-Los ves -dije roncamente-. Ahora los ves.
Se apartó involuntariamente. Sus facciones parecieron dominadas por un súbito pavor incrédulo. Un rayo hendió el cielo. Los truenos rodaban sobre las nubes y el agua se había ennegrecido como la del río Estigia.
-Arthur...
¡Qué inmundo era! ¿Cómo podía haber vivido cerca de él, cómo podía haberle hablado? No era un ser humano sino una pestilencia muda. Era...
-¡Corre! ¡Corre, Richard!
Y corrió. Corrió con grandes zancadas. Se convirtió en un patíbulo recortado contra el cielo imponente. Mis manos se alzaron, se alzaron sobre mi cabeza con un ademán aullante, aleteante, con los dedos estirados hacia el único elemento familiar de ese mundo de pesadilla: estirados hacia las nubes.
Y las nubes respondieron.
Brotó un rayo colosal, blanco azulado, que pareció marcar el fin del mundo. Alcanzó a Richard, lo envolvió. Lo último que recuerda es la fetidez eléctrica del ozono y la carne quemada.
Me desperté en mi porche, plácidamente sentado, mirando hacia la Duna Mayor. La tormenta había pasado y la atmósfera estaba agradablemente fresca. Se veía una tajada de luna. La arena estaba virgen, sin rastros del "buggy" de Richard.
Me miré las manos. Los ojos estaban abiertos pero vidriosos. Se hallaban extenuados. Dormitaban.
Sabía bien qué era lo que debía hacer. Tenía que echar llave a la puerta antes de que pudieran terminar de abrirla. Tenía que clausurarla definitivamente. Ya empezaba a observar los primeros signos de un cambio estructural en las mismas manos. Los dedos empezaban a acortarse... y a modificarse.
En la sala había una pequeña chimenea, y en verano me había acostumbrado a encender una fogata para combatir el frío húmedo de Florida. Prendí otra ahora, moviéndome de prisa. Ignoraba cuánto tardarían en captar mis intenciones.
Cuando vi que ardía vorazmente me encaminé hacia la cuba de queroseno que había en la parte posterior de la casa y me empapé ambas manos. Se despertaron de inmediato, con un alarido de dolor. Casi no pude llegar de vuelta a la sala, y a la fogata. Pero lo conseguí.


Todo eso sucedió hace siete años.
Aún estoy aquí, contemplando el despegue de los cohetes. Últimamente se han multiplicado. Éste es un gobierno que da importancia a la exploración espacial. Incluso se habla en enviar otra serie de sondas tripuladas a Venus.
Averigüé el nombre de chico, aunque eso ya no importa. Tal como sospechaba, vivía en la aldea. Pero su madre creía que pasaría aquella noche en tierra firme, con un amigo, y no dio la alarma hasta el lunes siguiente. En cuanto a Richard..., bien, de todos modos la gente opinaba que Richard era un bicho raro. Piensan que tal vez volvió a Maryland o se fugó con alguna mujer.
A mí me toleran, aunque tengo fama de ser excéntrico. Al fin y al cabo, ¿cuántos exastronautas les escriben regularmente a los funcionarios electos de Washington para decir que sería mejor invertir en otra cosa el dinero que se asigna a la exploración espacial?
Yo me apaño muy bien con estos garfios. Durante el primer año los dolores fueron atroces, pero el cuerpo humano se acostumbra a casi todo. Me puedo afeitar e incluso me ato los cordones de los zapatos. Y como véis, escribo bien a máquina. Creo que no tendré problemas para meterme la escopeta en la boca ni para apretar el gatillo. Veréis, esto empezó hace tres semanas.
Tengo sobre el pecho un círculo perfecto de doce ojos dorados.


FIN

jueves, 23 de abril de 2009

RISA MALDITA

Abrí los ojos. La penumbra y el olor a putrefacción fue lo primero lo que percibí. Por un momento, no supe en donde me encontraba; pero lo recordé. La estúpida mazmorra en donde me habían encerrado a petición mía. La sed era insoportable. Las ratas iban de un lado a otro; esperando a que sus compañeras muriesen para saltarles encima para calmar su hambre de carne. Pero su sangre era lo que importaba. Ese fluido carmín tan tentador y cálido; un verdadero placer. Un acto barbárico pero tan complacedor su fácil obtención. Un motín de caza magnífico y sublime.

- ¡No! Olvídalo piensa en otra cosa -me gritaba a mi misma. Desesperación. Angustia. Dolor.

- Olvídalo, olvídalo todo-. Pero no; su sabor, su calor.

¿Cuánto tiempo había dormido? ¿Hace cuánto no bebía una sola gota, sin desesperarme y matar a la primera cosa que se me acercara?. Debían de ser casi las 9:00 pm. QuÉ importaba; no saldría de ese lugar asqueroso aunque quisiera. No porque no pudiera hacer añicos los desvencijados barrotes, sino porque tenía que probar cuál era el verdadero alcance de mi voluntad y paciencia. Tal vez por la simple idea de estar atrapada pero saber como salir y sin embargo no hacerlo. Tal vez por esperar a que el confiado profesor Athur fuese a verme para “curarme de mi demencia”. Tal vez por hacerle la vida miserable a McGregor. La verdad era que no lo sabía con certeza. ¿Raro? Claro que no. Después de veinte años vagando sin rumbo y cuatro de aislamiento en una pocilga como aquella hace que la noción que tienes de lo que conoces cambie progresivamente; o simplemente tenga un sentido distinto; deja de tenerlo o no quieras entenderlo -comúnmente quieres olvidarlo-. En todo caso, tuve la misma existencia como cualquiera en mi mismo estado -si se le pudiera llamar de esa forma- aunque algo obsesivamente conservadora o patética para ojos de los otros más “fanáticos”. Ahora ni siquiera pruebo gota alguna.

Observé el ya conocido lugar. Suelo y paredes de piedra macizas y húmedas, con naciente maleza en sus abundantes grietas; ese olor asqueroso a putrefacción llenaba todo; y los famélicos y hambrientos roedores pululaban por doquier, reunidos a montones cerca de los cadáveres de las otras, saliendo de sus madrigueras como insectos, con esos negros ojos brillantes y saltones mirándome, abalanzándose encima de mí, pero en el último momento sólo bastaba azotarlas con mi brazo para despedazar sus cuerpos contra las paredes; ya no me importaba qué caminara a mi alrededor.

Según lo que sabía, el sitio había sido en un tiempo usado durante la Edad Media como cárcel y cámara de torturas para malhechores y asesinos, a veces inocentes. Una estancia circular, techo, paredes y suelo arqueados, éste último con una abertura en el centro, tapada con barrotes, al igual que en las paredes a manera de celdas. Todo el “conjunto” ubicado a seis metros bajo la superficie; en un extremo, la única salida daba a unas escaleras al exterior.

Estar allí me hacía sentir como pudieron haberlo experimentado esos hombres, atrapados, sin posibilidades de escape alguno, esperando el trágico final de sus desgraciadas vidas; la muerte se convertiría en su único alivio después de todo ese sufrimiento. Yo lo llamaría suerte. Pensaba que tal vez de esa forma pagaría por lo que había hecho, como lo hicieron ellos.

Pero era un verdadero aburrimiento, me la pasaba observando el vacío o leyendo los pocos libros que había traído conmigo, de casi mil páginas, ya leídos incontables de veces cada uno. Lo único entretenido que hacía a duras penas era leer las mentes de los empleados que me traían comida que ni tocaba y que resultaban un festín para mis amigas (alejándose después a la carrera).

Frecuentemente me acercaba a la puerta en cuanto se acercaban, espantándolos haciendo que la puerta vibrara con violencia; los pobres renunciaban al poco tiempo, algo que ponía a McGregor al rojo vivo -ja ja ja ja- aunque se esté al borde de la depresión, no significa que no tenga que ser entretenido ¿no?

Había un montón de heno en un rincón con forma de cama en donde me sentaba por horas inmóvil, esperando a que alguien pasara, era algo ocioso pero divertido; sus pensamientos me aburrían, siempre en lo mismo, ”tengo que atender al paciente número doce, el Señor me despedirá si sigo haraganeando por las tardes….", "bla ..bla..bla". Pero ellos se quedaban cortos, los verdaderamente extenuantes eran los lunáticos pacientes.”¡Ohh mira esa paloma!" Por cualquier estupidez, se quedaban con la boca abierta o hablaban con “amigos imaginarios” y mirando el techo como idiotas ¡Dios!

Pero de nuevo el deseo de sangre, ¿qué es lo que soy?, ni siquiera la luz de una vela la aguanto. Me recosté en el suave lecho y miré el techo. ¿Estaré demente? -ja ja ja, eso es lo que quería creer-. Cada vez que lo pensaba, la verdad era que quería salir de ahí, hace ya bastante que no veía las luces de la ciudad, que no veía otra cosa que esas paredes de piedras y esos sucios roedores

Y pensar que en algún momento de mi vida, mi ser era alguien diferente.

En realidad sentía tristeza y lástima por aquellas personas. La mente es mente, es muy frágil y sin olvidar el alma, que de muy fácil manera puede llegar a corromperse. Sus familiares los enviaron a este zoológico para curarlos o simplemente para deshacerse de ellos. Pobres... atrapados… condenados en su propia mente… un destino cruel y en soledad. Ja ja ja.

miércoles, 22 de abril de 2009

CUIDADO DONDE TE ESCONDES


Cuando Julia, Romina, Florencia y Natalia llegaron a la casa de Mónica, lo primero que hicieron, fue ponerse a jugar a un juego de mesa. Luego, llego la madre de Mónica, a servir la comida. Cuando ya estaban satisfechas, subieron al pequeño cuarto de Mónica, y miraron películas de muertos vivientes, etc. Estas películas, a las niñas no las asustaron. Ellas no se asustaban fácilmente. Y por eso, habían decidido hacer esa "celebración", aunque ellas no sabían lo que significaba.

Al terminar las películas, apagaron las luces, y Mónica, quería oír historias fantasmagóricas que cuente alguna de sus amigas. Cuando Julia estaba a punto de contar una historia, Natalia se opuso. Ella tenia miedo.
Entonces, prendieron la luz.

Julia, muy enfurecida con Natalia, porque impidió que contara su relato, apago la luz nuevamente, y Natalia y Julia se pusieron a discutir. Mientras Mónica trataba de calmarlas, Florencia y Romina, solo observaban.

Al final de todo, se pusieron de acuerdo, y apagaron la luz.
Todas estaban calladas.

Romina, Julia y Florencia, estaban acostadas en la cama de Mónica, mientras Natalia y Mónica estaban acostadas en una frazada que habían tirado en el suelo. Estaban tranquilas. Cuando de repente, escuchan un fuerte grito que provenía debajo de la cama de Mónica!
Florencia, procedió a encender la luz.

Se dieron cuenta, de que Julia, no estaba mas sobre la cama. Era ella la que estaba abajo de la cama.

Romina procede a mirar hacia abajo. La ven a Julia. Con cara de susto. Y sin hablar, y con el pulso rápido, sale de ahí abajo.

Las chicas no entendían nada.

Muy preocupadas por la situación, deciden ir al baño, a tranquilizar a Julia mojándole la cara con un poco de agua fría. Cuando están por abrir la puerta, Julia grita ! No ! No ! Por favor, no habrán la puerta ! Mónica pregunta -¿Porqué?! Me esta buscando !-dice Julia. Pero, quien te esta buscando? le dicen sus amigas ! El,...el.!

Todas las chicas, entraron en calor. Empezaron a sudar. Su corazón latía cada vez mas rápido. Hasta que Romina se cansó y abrió la puerta. No había nada.-Ves que no pasa nada? Interroga Romina a Julia.

Julia quedo callada.

Y avanza hacia el baño con sus compañeras.

Cuando llegan alla, le mojan la cara, y la tranquilizan. Cuando iban a salir del baño, de nuevo, No ! No ! No habrán la puerta.! La abrieron nuevamente sin hacerle caso. Y tampoco había nada.

Pasaron nuevamente hacia el cuarto.

Y cerrar la puerta, para que Julia deje de alucinar con cosas, que nunca sucederían.
Cuando Mónica mira hacia la ventana, ve a una criatura extraña...Fuera de lo común.
Se queda sorprendida. Y lo primero que hace al ver a esa criatura, es gritar. La única que escucho ese grito, fue Julia. Pues las demás estaban en el piso de abajo, en la cocina yendo a buscar algo para comer.

Cuando Julia escucha el grito, le dice que pasa ! Le contesta, esa cosa...que hay ahí ! Y con los ojos bien abiertos y con la cara pálida, mira hacia la ventana. Ella lo ve. Grita junto a su compañera.

Las chicas escucharon el grito. Subieron rápidamente, y las encontraron bajo la cama, pálidas y con los ojos rojos.

Romina, Natalia y Florencia, empezaron a creer que las chicas estaban locas.
Las sacaron de abajo de la cama, y les empezaron a hablar.

-Que les pasa ?!-Porque están así?!-Porque se van abajo de la cama?!
-El nos impulsa hacia abajo de la cama-dijeron Julia y Mónica.
-Quien es el ?!!
- Él.

Las chicas ya se imaginaban de quien hablaban sus amigas.
Y muy asustadas, se dirigieron hacia el dormitorio de los padres de Mónica, y les contaron la historia.

Mientras estaban yendo hacia el dormitorio de los padres, Florencia, se pregunta, -No se despertaron los padres de Mónica al escuchar todos estos gritos? A las chicas les pareció extraño. Y se dirigieron mas rápidamente hacia el dormitorio.

Al llegar, se dieron cuenta, de que los padres no estaban durmiendo en la cama.
Y automáticamente, Julia y Mónica, se miraron a los ojos, y se fueron corriendo hacia la puerta, tratando de abrirla, y poderse ir.

Pero sus amigas las alcanzaron. Y las chicas, no podían hablar...Ellas estaban paralizadas.
Y poco a poco, les pudieron decir solo 3 palabras ... "ABAJO DE LA CAMA".
Las chicas se dirigieron rápidamente hacia la cama de los padres, y se agacharon para mirar.

Los padres estaban muertos, y desfigurados, bajo la cama.
Estaban las sábanas manchadas de sangre. Cuando vieron eso, vieron también, ver salir de abajo de la cama, una especie de criatura extraña, que se dirigía hacia el cuarto de Mónica.

Romina la quería seguir. Pero Florencia la paró. Y le dijo que no lo haga.
Las tres chicas (Romina, Florencia y Natalia) se fueron a hablar con Julia y Mónica, y cuando fueron hacia donde estaban hace un instante, se dan cuenta de que ya no están ahí.
Romina fue corriendo hacia el dormitorio de Mónica.

Y las ve a las dos, caminando lentamente hacia la cama.

Ella ve, que se agachan, y se meten ahí abajo.

Ve a esa criatura, que se esta por meter abajo de la cama junto a ella. Y Romina pegó un grito.-Chicas! Chicas ! Vengan rápido! y al oir eso, el ser extraño, la mira a Romina, y se aproxima hacia ella.Romina sale corriendo.

A la mitad del camino, Romina para de correr. Se da la media vuelta, y se aproxima hacia el dormitorio de Mónica. Hacia la cama.

Ella se mete abajo de la cama junto a sus dos compañeras. No sabia lo que hacia. Habí algo que la impulsaba a meterse ahí. No lo hacia voluntariamente.

Cuando Julia, Mónica y Romina, estaban bajo la cama, la criatura se aproxima hacia ellas. Las desfigura. Igual que a los padres de una de ellas. Les saca los ojos.

Natalia y Florencia, subieron rápidamente hacia el cuarto.

Cuando vieron eso, solo gritaron, y no pararon de hacerlo, hasta que un vecino las escuchó, forjo la cerradura, y logro entrar a la casa.

Natalia y Florencia, están en un psiquiátrico internadas...Mirando noticias en la televisión, y leyendo el periódico.

Un mes después de lo ocurrido, muere el hombre que les salvo la vida a las dos niñas. No se sabe como, lo único que se sabe, es que murió debajo de la cama.

miércoles, 18 de marzo de 2009

CUENTOS DE TERROR

Escucha autenticos cuentos de terror que te helaran la sangre.

martes, 3 de marzo de 2009

LA CALLE DEL COLGADO

En la actual calle de Venustiano Carranza, antes llamada “de la cadena” tuvo lugar un suceso que originó la presencia de un espectro, y con él, esta leyenda.
Nos encontramos en los años finales del siglo XVI. Los vecinos de la Nueva España, integrados por indios, mestizos, españoles, y frailes peninsulares en su mayoría, vivían en permanente temor debido a la gran cantidad de crímenes que ocurrían a diario, al parecer ejecutados por el mismo sujeto.
Por las noches, en cualquier momento, se escuchaban fuertes alaridos en la calle, que el asesino profería mientras escapaba. La población sabía que se acababa de cometer un crimen y entonces, ponían seguro a las puertas y ventanas de sus casas con fuertes trancas.
Algunas personas lo llegaron a ver. Corriendo, gritando, y aún empuñando la daga, el ser terrible parecía volar entre las calles empedradas. Todos los que lo vieron o escucharon, creyeron que era el demonio.
Así, el fraile Zanabria, que en una de esas noches, en compañía de un mestizo, regresaba de dar una confesión. De lejos lo vieron y en seguida, escucharon una voz desesperada:
¡La ronda! ¡Venid! ¡Alguaciles! ¡Dios mío, venid!
Temerosos, se acercaron al lugar de donde provenía el llamado y allí encontraron a un hombre, inclinado sobre otro que yacía en el suelo, cubierto de sangre.
—¡Dios mío! ¿Qué sucede?
—¡Mi hermano se muere, padre! ¡Ha sido acuchillado por ese demonio! ¡Confesadle, por Dios!
Fray Zanabria se inclinó hacia el herido, le tomó la cabeza entre sus manos, mas se dio cuenta de que agonizaba.
—Lo siento, caballero, sólo puedo darle la extremaunción.
—¡No es posible, padre! ¿Acaso va a morir?
—Callad y dejadme hacer.
El fraile Zanabria, con la cruz y el rosario en mano, procedió al sacramento; luego, cerró los ojos del muerto y lo cubrió con su túnica. La ronda pasó en esos momentos, se acercó al grupo. El hermano del difunto se adelantó:
—¡Mirad! ¡Mi hermano Don Jimeno ha sido víctima de ese demonio!
—¡Ira de Dios! ¡Otro muerto acuchillado sin piedad! ¿qué mano perversa es capaz de tal infamia?
—Lo vimos, señor capitán. ¡Creo que es el mismo diablo!
—Perdonad, padre, pero para mí que es obra de un malvado.
—¡Hombre o demonio sois la justicia! ¡Detenedle!
—Qué más quisiera, pero bien sabéis que ése, tan luego ataca dentro de la ciudad como fuera de la traza.
En efecto, el criminal daba muerte a sus víctimas en cualquier rumbo de la capital, sin que fijase un patrón del tipo de personas; lo mismo perecerían hombres que mujeres, pobres y ricos. Lo único común era la puñalada, honda y certera que asestaba en el pecho, de manera que el atacado moría casi al instante.
Despoblada prácticamente la ciudad en ese entonces, no siempre se escuchaban los alaridos del asesino, ni los ayes del moribundo. Sólo se encontraban los cadáveres, frescos aún, o en los inicios de la descomposición. Cuando esto ocurría, los pobladores daban por atribuir el crimen al “demonio”, pues la soledad de los parajes nocturnos propiciaba la fantasía. Otros, más incrédulos, lo negaban.
Así, cuando se encontró el cadáver de Don Pedro de Villegas en las afueras de la ciudad, y se observó que el tipo de herida era más fino, producto de una espada u otra arma, y también, que había varias heridas en su pecho, y no una, como se sabía, acostumbraba dar el demonio, un conocido del difunto señaló su sospecha: con seguridad el crimen había sido ejecutado por el esposo de la mujer con quien don Pedro tenía amoríos prohibidos. Otro hombre, aunque aceptó el argumento, juró haber escuchado en ese lugar los alaridos usuales del asesino. La justicia, por su parte, sólo cumplió con las diligencias de rutina que el caso requería, sin que hiciera ninguna investigación posterior.
Pero los crímenes continuaron, por lo que el virrey, Don Luis de Velasco II, reunió a las autoridades civiles y eclesiásticas de la Nueva España, para darles a conocer su mandato, mismo que decía:
“Yo, el Virrey Don Luis de Velasco II, ordeno, en relación a los crímenes que agostan a la Nueva España, que si se trata de un ser demoníaco, se haga cargo del asunto el Santo Oficio; y si es de este mundo, la justicia, a fin de aplicarle al criminal el más horrible y cruel de los castigos. De modo pues, que para un mismo fin, la justicia de Dios y del Virrey, trabajarán por separado”.
Durante varias noches, se pudo ver a los religiosos recorrer las calles, con las cruces y utensilios necesarios para el exorcismo; mientras tanto, el capitán y sus lanceros hacían lo propio. Pero en todas las ocasiones en que el asesino atacaba, los soldados y los religiosos llegaron tarde; ya la víctima yacía moribunda, y el responsable había escapado.
Ciertamente oyeron sus alaridos, pero se confundían sobre el lugar de procedencia de éstos. Los religiosos también lo vieron correr, y aunque hicieron el esfuerzo de perseguirle, pronto desapareció de su vista.
El asesino se escabullía con presteza, parecía ser hombre y demonio a la vez; un demonio que tenía, a decir de un fraile, un pie de cabra y el otro de gallo, o que era una bruja, como señalaba uno de los oidores que formaba parte de la comitiva. Cansados y temerosos, los frailes oraban en la plenitud del sereno nocturno, para alejar el maleficio que asolaba a la ciudad virreinal.
Después de un tiempo la persecución cesó. Aun cuando el sentir general era aprensivo, las actividades de los pobladores se realizaban de manera acostumbrada; entre ellos el oidor mayor, Don Álvaro de Peredo y Zúñiga, que laboraba como siempre en su casa, en la calle de la cadena.
Una mañana, el sirviente del oidor entró en su despacho para comunicarle, sumamente nervioso:
—Perdonad, señor amo, pero un hombre pregunta por vos.
—Decidle que me vea en la Audiencia.
—Le dije tal, señor, más insiste. Dice que es asunto secretísimo, relativo al demonio criminal.
—¿Qué? ¡Hacedle pasar y dejadme a solas con él!
El oidor lo esperó de pie; entró un hombre de aspecto modesto que se presentó:
—Buenos días, vuestra señoría. Soy Lizardo de Ontuñano, natural de San Lucas, tahonero de oficio. Me atrevo a molestaros porque...
—¿Decís que conocéis la identidad del asesino, del diabólico ser?
—Así es, señor oidor mayor. Le he seguido varias noches, y le he visto atacar a sus indefensas víctimas.
—¿Y después...? ¡Continuad!
—Le he seguido y le he visto entrar a su casa.
El oidor mayor se puso de pie, resuelto:
—¡No perdamos tiempo! ¡Vayamos a la Audiencia! Ahí se os dará fuerte recompensa por revelar la identidad del criminal.
El oidor se hallaba alborozado, en su mente pronto se formó la idea sobre las ventajas que obtendría por intervenir en asunto tan álgido. Pero el hombre se quedó callado, sin moverse, a lo que el oidor le demandó:
—¿Pero qué os pasa? ¿Por qué os detenéis?
—Perdonad, señor oidor, pero no busco recompensa por revelar el nombre del criminal, sino por callarlo.
—¿Qué decís? ¡No os entiendo! ¿Pagar porque calléis? ¡Si lo que precisamos es saber el nombre del asesino!
Con la cabeza baja, que escondía sus torvos ojos, el hombre le dijo:
—Señor oidor... Es que el asesino es vuestro hermanastro, don Gaspar de Aceves.
—¡No es posible! Mi hermano está enfermo, ¡Pero criminal no es!
—Averiguadlo, vuestra señoría.
El oidor dejó al hombre en el despacho. Caminó hasta la habitación de su hermanastro, abrió la puerta, y grande fue su estupor cuando revisó el lecho de éste: encima de las mantas sucias y revueltas, se hallaba una capa, cuyo embozo tenía manchas de sangre, y sobre éste yacía un puñal, con el filo cubierto por abundante sangre reseca.
—¡Es la sangre de sus víctimas! ¡Dios mío!
Cuando regresó donde lo esperaba Lizardo, el oidor iba anonadado. Todavía dudó por un momento, le costaba creerlo, pero ahí estaban las pruebas; además, sabía que su hermano no estaba bien de sus facultades mentales. El tahonero esperó un momento a que se repusiera, entonces le dijo:
—¿Os habéis convencido, verdad? Fije vuestra merced la cantidad de oros que ha de darme, que yo me daré por bien pagado.
—Idos ahora, señor... Lizardo. Ya os avisaré mañana.
El oidor abandonó su trabajo ese día, torturado por el descubrimiento, por el conflicto entre su deber y sus sentimientos. Tomada su decisión, al día siguiente entregó una cantidad a Lizardo de Ontuñano, quien le aseguró su silencio. Por otra parte, encerró a su hermano.
Sin embargo, el hombre no se conformó, a la primera extorsión continuaron otras. El oidor mayor había desmejorado. Le pesaban los alcances de la enfermedad de su hermano, y empezaba a irritarle cada vez más la presencia del extorsionador.
Al fin, una mañana, mandó detenerle; lo culpaba de ser el autor de los crímenes en serie. Lizardo de Ontuñano, dicen los documentos del Santo Oficio, proclamó su inocencia, pero fue en vano.
El juicio se acercaba. Él sabía que podía ser condenado, consciente de la influencia del oidor y de la arbitrariedad de la Inquisición, conocida por todos los habitantes. Pidió hablar con el oidor mayor, pero al tiempo que lo comunicó al carcelero, detrás apareció el oidor para interrogarlo.
En la celda, Lizardo quiso chantajear al funcionario, con la amenaza de delatar a su hermano si sostenía su acusación, pero el oidor no cedió. Entonces, tomaron un acuerdo: el oidor le propuso que declarara conocer al asesino, haberlo visto, pero no saber su nombre ni el lugar de su morada. A cambio de ello, juró dejarlo ir. Por su parte, Lizardo juró guardar el secreto.
Se llevó a cabo el juicio, con el oidor mayor al frente del jurado. Éste le preguntó:
—¿Confesáis que habéis visto morir a las víctimas, correr la sangre, y saber su identidad?
—Sí, confieso.
El oidor se levantó de su asiento para señalarlo:
—Miembros de este Santo Tribunal ¡No hay duda alguna! ¡Aquí tenéis al diabólico asesino! ¡Sometedle a tortura, en tanto se decide la forma de matarle!
El verdugo lo tomó por los hombros, violento lo condujo a la cámara de castigos. Ahí, fue sometido al suplicio del potro. Un verdugo daba vueltas a unas barras, colocadas en el extremo derecho del cilindro de madera, que a la cabecera del hombre, y envuelto en cuerdas, jalaba de sus brazos sujetados. Mientras tanto, un fraile lo interrogó sobre las razones de sus asesinatos; Lizardo negó todo. Y antes de la fractura de sus miembros, dijo:
—¡Soltadme! ¡El criminal es el hermano del oidor mayor, Don Gaspar de Aceves!
Pronto, el fraile acudió con el oidor mayor para comunicarle lo dicho por el reo. Éste no dio importancia al hecho, adujo una venganza en su contra, y ordenó mayor tortura hasta lograr su muerte, preocupado en el fondo de que siguiera hablando. Pero al fraile se le ocurrió una siniestra idea: castigarle por sus crímenes y por difamación al oidor. Intrigado, éste quiso saber de qué manera se haría tal castigo, a lo que el fraile respondió:
—Vivís en la calle de la cadena. ¡Que sea colgado de la cadena superior que está frente a vuestra casa!
El día de la ejecución, la gente se agolpaba en las aceras, furiosa arremetía en contra del reo, que en esos momentos pasaba, en medio de la procesión de guardias y religiosos.
Una vez que llegaron al lugar, la sentencia fue leída por el pregonero. Colgaron la cadena a su cuello y entonces, el fraile se acercó al hombre, ya aniquilado por las torturas. En tono piadoso le expresó:
—Confesad vuestros crímenes para que vuestra alma pueda llegar al cielo.
—Sois sacerdote. Decidle a ese Dios que invocáis, que me permita volver a este mundo a demostrar mi inocencia.
—¡No puedo pedir tal cosa!
—Lo haré yo, si llego a vislumbrar el cielo. ¡Y os juro por Dios, que vos también sabréis de mi inocencia!
A lo lejos, ya aletargado, escuchó la orden de su muerte.
Su cuerpo quedó pendido de una de las cadenas superiores de la casa frontal a la del oidor mayor, donde quedó tres días, expuesto al morbo público. Al cuarto día, el cadáver fue bajado.
Por su parte, el oidor Don Álvaro de Peredo, mandó poner gruesas rejas en la habitación de su medio hermano, en el mismo día de la ejecución. Quería asegurarse de evitar sus crímenes, pero a la vez, también era una forma de castigo hacia el verdadero criminal, porque el remordimiento lo atormentaba.
Esa noche, en que la pestilencia del cadáver todavía impregnaba la calle, un impulso irracional lo hizo salir. Adelantó unos pasos hacia la casa de enfrente, y al elevar la cabeza, vio, entre la luz de la luna llena, la sombra del ahorcado.
Pensó que era una alucinación, una visión de su conciencia, pero de día y de noche, durante semanas y meses, la silueta siguió apareciendo en el mismo lugar. Ya no quería salir de su casa, pero algo lo impulsaba siempre; entonces, evitaba mirar hacia la cadena, mas una fuerza ultraterrena lo hacía volver la cabeza, elevar la vista.
Poco tiempo después, encerrado en su alcoba, ya enfermo, sintió la misma fuerza magnética que provenía de los muros de su habitación: en ellos se dibujó la sombra.
El oidor, atado por el miedo, empezó a rezar, pero la silueta seguía ahí. Entonces cobró valor:
—¡Marchaos de aquí, sombra ominosa! ¡Comprended, tenía que salvarlo!
Transcurrieron siete meses del suceso. Los crímenes cesaron, y la confianza volvió entre los habitantes de la capital. Pero una noche, se escuchó el temible alarido y con él, el descubrimiento de una nueva víctima. El oidor tuvo la seguridad de que su hermano no era el autor, pues encerrado estaba, y se hallaba dormido la noche del asesinato.
Dos días después, un hombre que caminaba por la calle, ya avanzada la noche, fue atajado por la siniestra figura, que al instante levantó el brazo, con puñal en mano, dispuesto a matarle. Pero entonces, el asesino sintió una presencia atrás, y se detuvo. Al volver el rostro, se topó con un espectro, un esqueleto que lo levantó, con enorme fuerza, y sin darle tiempo a nada, rodeó su garganta, y apretó, hasta verlo morir.
El hombre que se había salvado del asesino, se alejó del lugar, tembloroso ante la visión de lo ocurrido. Horas más tarde, casi al alba, la ronda de alabarderos descubrió el cuadro: en el suelo yacía un cadáver, y junto a él, un esqueleto le rodeaba el cuello con sus manos descarnadas.
Uno de ellos identificó al cadáver como el hermano del oidor mayor, pero no se supo explicar la presencia del esqueleto, y su identidad; sólo se notó la cadena que colgaba de su cuello sin piel.
Se llamó al Santo Oficio, quien exorcizó el lugar. Mientras tanto, las autoridades trataban de explicarse el hecho insólito. Al parecer, el esqueleto asesinó a Don Gaspar Aceves, pero esto no tenía sentido.
Al fin, tuvieron la respuesta. Un hombre, que venía apoyado en su esposa, llamó a las puertas de las autoridades religiosas para dar su testimonio sobre el atentado sufrido la noche anterior, y sobre el espectro que lo salvó.
Una vez interrogado, quedó claro que el asesino era el hermanastro del oidor. En cuanto al esqueleto, el testigo dijo haber escuchado, acaso como parte de su alucinación, que éste dijo a Don Gaspar cuando lo estrangulaba: “¿No me conocéis? ¡Soy Lizardo de Ontuñano, que viene a demostrar su inocencia!”
Los ahí presentes disimularon su risa, pero el fraile, confesor de Lizardo a la hora de su muerte, contestó muy serio:
—Es verdad lo que dice este hombre. Se trata del mismo cristiano a quien dimos muerte, acusado por el oidor mayor. No cabe duda, yo mismo vi la cadena en su cuello al hacer el exorcismo, pero no creí.
Uno de los oidores comunicó:
—Pediré instrucciones al virrey; entre tanto, detendremos al oidor mayor.
El fraile contestó:
—Demasiado tarde, vuestra Señoría. El oidor mayor se ahorcó.
Al día siguiente, el esqueleto fue enterrado en el cementerio.
Por mucho tiempo, la calle de la cadena fue denominada como “calle del colgado”, quizá debido a la ejecución de Lizardo de Ontuñano, o al suicidio del oidor mayor.
La leyenda empezó con la muerte de ambos, pero por mucho tiempo, aseguran las personas que la vieron, se mecía la sombra del ahorcado bajo las cadenas que se extendían de un extremo al otro del muro.